Café do Brasil: regocijo de l@s burócratas

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Ellos: saco, corbata, mocasines y caras radiantes como manzanas gracias al filoso afeitado Gillette refrescado con colonia Sanborns. Ellas: traje sastre, cabello recogido con finos pasadores Pupy, largas uñas rojas y manos suavizadas con crema Teatrical.

Impecables, con el espíritu renovado como si volvieran a nacer, las y los burócratas de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP) caminaban por Xola, Eje Central y Dr. Vértiz para ocupar el edificio funcionalista creado en 1953 con los impactantes murales de Juan O’Gorman: el Centro SCOP.

El conjunto capitalino de cristal, concreto y acero diseñado por el arquitecto superestrella de México, Carlos Lazo -con una torre de 10 pisos, jardines, comedor, guardería y unidad habitacional con 492 viviendas para trabajadores-, era un portento, un palacio del México moderno. O, como escribió la periodista Marisol Martínez: “Una declaración soberbia y definitiva del auge del Estado”. No era para menos: en los 92 mil metros cuadrados de construcción de la SCOP se ideaba gran parte de la infraestructura para todo el país. Desde un puente que cruzaba el arroyo del pueblo de Los Comales hasta el Puerto Aéreo Central de la Ciudad de México.

Pero antes de ingresar, ascender y dirigirse hacia los escritorios para martillar con sus dedos las máquinas de escribir Olivetti, los burócratas hacían una necesaria pausa matinal. En su peregrinación laboral por la colonia Narvarte se terminaban de despertar con lo que ofrecía un establecimiento vecino a su oficina: el Café Do Brasil La Balsa, al que usted, 74 años después de fundado, aún puede entrar. En ese entonces los oficinistas se sentaban en las mesitas de madera y solicitaban un expreso, americano o capuchino de semillas de arábiga, la gran especie brasilera.

Hoy el Café do Brasil La Balsa no necesita viajar tan lejos para deleitar: el ruidoso molino rojo de la entrada pulveriza la semilla procedente de Coatepec, Veracruz.

La señora que sirve no se desvive por la atención. No importa, ella es parte del chiste: pida un café y sin reverencias le traerá una taza blanca, la más simple, pero con el café humeante que lo llevará al veracruzano bosque mesófilo de montaña.

Como aquí no importa que usted se sienta reina o rey, sino que beba café intenso, los cargadores que abastecen del café entran al local con antiguos costales pergamino sobre el lomo, anchos, gruesos y con 50 kilos del grano. De un golpe los avientan al piso, como si nada, delante de los comensales. Pas, pas, pas, suena pesada la fibra del yute al caer y se expande el olor. Los empleados los destripan, ensartan las palas metálicas y sacan los granos que se muelen y tuestan el mismo día que el café se prepara. Nada de que: “hago el café con el grano molido antier”.

Los clientes se conocen, por eso hablan de mesa a mesa y hacen comentarios sobre lo que guarda su taza: “está muy sabroso el café de hoy”, me dijo Omar, señor entrado en años con el pelo teñido de naranja, como Cachirulo. Pese a tenerla enfrente, bromeaba sobre la personalidad de la madura mesera, quien ni lo pelaba: “pídele tu café, es muy simpática”, se reía.

En los muros, Café do Brasil La Balsa tiene pinturas con misteriosos bebedores de café con sombrero de Sherlock Holmes, tríos de Bossa Nova, parejas que bailan sensuales ritmos africanos.

Y en los estantes hay cafeteras caseras de bronce y otras francesas, aunque aquí se prepara café con una “Macchine da Caffè Grand Prix” traída desde la ciudad italiana de Pavía. Plateada, sensual, hermosa. Y muy importante, vieja. Menos el café y las banderillas, todo aquí es viejo: las azucareras de vidrio, la bicicleta Mercurio siempre encadenada en la entrada, la verde y fresca glorieta de la SCOP visible desde cualquier mesa e incluso los slogans escritos en letritas de plástico blanco sobre pizarrones negros: “Especialistas en cafés finos”, “Nuestros productos son de la mejor calidad y para su satisfacción han sido tostados HOY MISMO” y el último, el mejor de todos: “Creando conversaciones desde 1949”.

Vaya a Café do Brasil La Balsa a conversar con alguien. O al menos a conversar con usted mismo mientras honra a los empleados de la SCOP que construyeron a su país y que en el cielo de los burócratas están bebiendo el café de esta esquina de la Narvarte, y tecleando sin pausa en sus máquinas de escribir todos los memorándums que les pide su jefe San Pedro.

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