*La panadería Las Quince Letras es donde la tradición guarda su calor. La calidez de la tierra es la que realmente cuece el pan, los postres y los dulces de este lugar del Pueblo Mágico de Huamantla
Édgar Ávila Pérez
Huamantla, Tlax.- El calor que emana del antiguo horno calienta el pequeño espacio inundado por un inconfundible olor a pan, una hogaza con cierto aroma a anís y piloncillo.
La calidez que logra sentirse en este antiguo espacio, nos lleva a una historia que se remonta a más de 110 años atrás, con una panadería que ha crecido junto con uno de los principales Pueblos Mágicos de Tlaxcala: Huamantla.
Fue un panadero llamado Catarino Báez quien inició la tradición de Las Quince Letras, donde los muéganos huamantlecos son la especialidad, pero no lo único: galletas finas, pays, bocadillos, pasteles, polvorón, polvorón sevillano y pepitorias.
Las recetas originales pasaron de la mano de Don Catarino a su hijo y nieto Julio Báez y Alfredo Báez, quienes fieles a la tradición mantuvieron el horneado del muégano, ese postre fino de harina de trigo, manteca de cerdo, con una pizca de sal y anís, rematado con dulce piloncillo, una crujiente oblea y canela espolvoreada.
Y fue Alfredo Báez quien dio el nombre Las Quince Legras a una panadería que con el paso de los años se convirtió en un emblema de Huamantla, un sitio con profundas raíces indígenas e ibéricas.
Ese hombre descendiente de la dinastía Báez logró quince hijos y a cada uno de ellos les dio una letra, resultando en “Las Quince letras” y, paradojas de las matemáticas, logró coincidir que ese nombre tuviera quince letras exactamente.
Hoy, la quinta generación de panaderos, liderada por Antonio Báez, mantiene en pie no sólo la herencia repostera, sino Las Quince Letras en ese espacio invadido por el calor del horno y por el inconfundible olor a pan.
“El secreto del pan es la receta que nos dejó el bisabuelo y pues nosotros le pusimos el toque de hacerlo con mucho cariño para todas las personas que les gusta nuestro trabajo, lo hacemos de corazón para que la gente salga contenta”, dice, orgulloso.
Lo dice con completa seguridad, esa seguridad que se ganó desde los seis años, cuando deambulaba por todos los rincones ayudando al abuelo y al padre y, de paso, robando los recortes de los muéganos, las sobras de ese panecillo bañado en piloncillo.
“Todo me recuerda la historia de mi bisabuelo, de mi abuelo y de mi papa que fue un gran repostero”, rememora.
Y en este espacio, todo recuerda a nuestros abuelos, a los hogares antiguos, donde el calor emanaba de la familia.