*“Pulque bendito, dulce tormento / Que haces afuera, vamos pa adentro”, reza un antiguo dicho en el Museo del Pulque de la Hacienda Soltepec de Huamantla, una especie de fotografía en sepia que rinde tributo a la bebida de los dioses
Carolina Miranda
Huamantla, Tlax.- El pasado y presente de la cultura pulquera en un reducto de una antigua hacienda.
Un altar a Mayahuel, la diosa mexica del maguey y de la embriaguez. Un espacio para rendir culto a una de las bebidas de mayor tradición en México: el pulque, la llamada bebida de los dioses.
En la hacienda de San Francisco Soltepec, un edificio del siglo XVIII ubicado a las afueras del Pueblo Mágico de Huamantla, un sitio que nos lleva a una época dorada donde el pulque era el de mayor consumo.
Los acocotes comparten espacio con las jarras pulqueras de vidrio y barro, con replicas del maguey y el tlachiquero (ese hombre que acompañado de su burro y el raspador, libera el agua miel) y con fotografías, obras de arte y antiguas representación del cactus.
“Pulque bendito, dulce tormento / Que haces afuera, vamos pa adentro / Viva la penca señores, que en el néctar del maguey / Tlachique de mis amores, que tomando soy un rey / después quedo como un buey”, reza en el Museo del Pulque.
Es como meterse a una vieja imagen en color sepia, con garrafas de la bebida al natural o curada de coco, nuez y piña, tinacales y viejos barriles, y una barra donde los abuelos saciaban la sed, de esa sed que daba cuando se labraba el campo.
Las pencas de maguey colocadas sobre barriles de madera nos recuerdan una época dorada donde el pulque era el de mayor consumo en la Nación Azteca. Un tiempo con castañas, ocotes, raspadores y antiguas caballerizas donde se filmó la película “La Escondida” con María Félix y Pedro Armendáriz.
Aquí en la hacienda pulquera de Soltepec, una de las principales productoras de la bebida, donde hay una gran galera que mantiene intactos todos los implementos para la elaboración de la bebida que surge del agua miel sacado del corazón de los magueyes.
“Pulque que estas en los cueros / Que tumbas a prietos y güeros / Santificado sea tu juguito delicioso / Vénganos veinte litros diarios a cada mexicano / Hágase su tinacal en la tierra y otro más grande en el cielo. Amen”, se lee en una de las paredes.
Y poco a poco se percibe un agradable aroma, un olor a tortilla aventada en un comal que cuece los llamativos tlacoyos de haba, esa tradición otomí que se acompaña con los curados.
“Ave María yo no quería / Padre nuestro que bueno está esto / Ave María de lo que se gane se vaya a la pulquería / Y si me sobra para curármela al otro día”, relata un hombre que gusta del pulque curado que aquí se vende desde la época del porfiriato.